ENCUENTROS
Revista de Ciencias Humanas, Teoría Social y Pensamiento Crítico
ISSN: 2343-6131 / ISSN-e: 2610-8046
Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt
Maracaibo, Venezuela
Reseña
N° 10. Julio-Diciembre 2019
pp. 173-178
Democracia Sub-alterna
y Estado Hegemónico.
Crítica
política desde América Latina. Diálogo abierto con Álvaro B.
Márquez-Fernández. Ignacio
Medina Núñez
(Comp.)
Comentario:
Harold
Ballesteros
Valencia
Alvaro Márquez-Fernández y la emergencia de
una nueva utopía.
“No
dejes de creer que las palabras y la poesía sí pueden cambiar al mundo” Walt Whitman
En una conversación con el maestro
Álvaro Márquez Fernández, acom- pañados de una aromática taza de café, con el tono de quien desea expresar
que “lo que voy a comentar ustedes ya lo saben”, comenzaba diciendo: “Europa ha
envejecido no solo desde la avanzada edad de sus ciudadanos y sus
instituciones, sino también desde las ideas. Estamos frente a dos mundos, uno
que hace gala de la decadencia y otro, mucho más joven, donde la democracia es
una mascarada en la cual la tolerancia justifica la irreflexión, y el gran
mercado, entre viejas y desusadas formulas, se erige como poder en sí mismo”. Ese territorio joven al que se refería es el que está
situado en la periferia del mundo; el que acaba
de escapar al gueto de los protectorados o aquellos surgidos de la Constitución de Cádiz, luego
de la insurgencia de los ciudadanos que aprovechando la forzada ausencia de Fernando VII, imaginaron que un nuevo orden era posible, entonces, dejando de lado el eterno reclamo
de que España debería reconocerles como ciudadanos de ultramar multiplicaron sus fuerzas y se levantaron en armas y adoptaron la literalidad del texto constitucional para
que fuera el suyo.
Y una democracia, emanada de los discursos fundantes
de estas na- ciones, venidas del colonialismo y construidos sus
Estados nacionales a Recibido:01/06/2019 Aceptado: 20/06/2019
imagen y semejanza del imaginario y relato colonial, se dieron a la tarea
de ubicarse en el devenir bajo el cobijo de una esfera que unía a los
mismos: una élite que colocó en el borde de la misma a la mayoría de los
adscritos a la nación; negros, indios y mujeres excluidos de su condición de
ciuda- danos; la mano de la democracia solo llegaba hasta ellos como imposición
hegemónica del poder, bajo múltiples prácticas
de dominación. A lo largo
de dos siglos, el ejercicio de la democracia se ha ido afinando a partir de
paquetes de normas que propenden
por la sumisión a las mismas por parte
de las mayorías y concentrando cada vez más su representación en las élites. A propósito,
Álvaro Márquez considera que
Una democracia declarada en el discurso
político, sin compromiso ético y moral con las condiciones de vida de la ciudadanía, se encuentra confiscada por los valores de intercambio de la economía de mercado. No es una
democracia que mira al ciudadano
como sujeto, sino
como objeto de la producción y del consumo (2018:21).
Así el
maestro comienza su travesía por los territorios de lo que él mismo denominaría
una nueva utopía. Situándose en la más alta cumbre de la Grecia del siglo
V,
en el esplendor de la emergencia del Estado y la objetivación de la Democracia, arguye dos principios en los cuales deben
estar inmersos los ciudadanos de la polis para ejercer la ciudadanía y ga- narse el derecho a habitarla: la moral y la justicia. Partiendo de la premisa
de que solo es posible esta virtud ética en la medida en que las normas
impliquen al sujeto en un discurso inclusivo que tenga como resultante el bien
común. En tal sentido, dice Márquez que:
En democracia las prácticas de obediencia pública
se corresponden directamente con los valores de verdad de
las normas, al acuerdo racional y argumentativo
según la interpretación de las leyes compromete a los ciudadanos y sus legisla-
dores, lo que debería generar juicios que con toda claridad lógica y discursiva
pongan sobre el tapete las cuestiones que deben ser resueltas para el bien
común con la concurrencia de todos los afectados (28).
La
invitación a esa nueva utopía pasa por revaluar el sentido de la
democracia y plantearse que equidad y la justicia serían los principios bá-
sicos de una auténtica democracia que se autotransforma en relación a
producciones discursivas que permitan la inclusión y la incidencia
del ciudadano en el juego participativo
del poder, lo que, para
Márquez, co- rrespondería a una reinvención del poder del Estado, no solo desde
sus normas sino también desde sus prácticas pues a la luz de: “este panorama de la actualidad política,
se trata, por el contrario
de insistir en el rescate
del pensamiento utópico” (43) .
Sin
duda alguna, lo anterior significa enfrentar a un Estado hegemó- nico que en su
estructura desarrolla un profundo distanciamiento con los ciudadanos y ubicarse
en el devenir de una sociedad que asume su con- dición de para sí, haciendo
presencia en la esfera de lo público y promo- viendo “una reingeniería de la
vida pública de los ciudadanos” (34) para lograr conquistas significativas en
el marco de los derechos humanos. La conquista de lo público por parte de los
ciudadanos garantiza la conmo- ción de la totalidad institucional y, por ende, la alternatividad del poder del Estado y la emergencia de otros poderes
encarnados en cada clase y secto-
res de clase que responden a la asociación hacia la transgresión e incluso el
levantamiento insurreccional, no para la perpetuación en el poder del Estado y
la eliminación del sujeto sino para la alternancia y la afirmación de una sociedad crítica
pues, según Márquez,
no sería correcto
prescindir del contexto de insurgencia o desacato
donde surgen las nuevas demandas
que, en materia de derechos, reclaman las ciudadanías.
Álvaro Márquez
propone como alternativa a la democracia emanada de un estado hegemónico, desconocedor del otro, “la democracia
sub- alterna”. Se trata de reconocer la existencia de otras fuerzas sociales y
la puesta en escena de la lucha de contrarios, donde el sujeto,
en el marco de la
dialéctica, reconozca la presencia de un mundo polifónico conducente, no desde
el consenso sino del disenso,
a la construcción de nuevos
discur- sos donde se
considere al otro en su debida correspondencia y condición de alteridad.
Debe reconocerse que una democracia Sub- alterna implica una
inver- sión de la pirámide. Esto es,
que se reconoce al otro como sujeto cultural y en ese mismo
sentido se valora
su poder en tanto sujeto
de comunicación y, en consecuencia, de interrelaciones subjetivas. En segunda instancia, sin desconocer la razón,
propone una crítica a una racionalidad que ha devenido en un resultado
impositivo y, bajo la égida de una reflexión
prác- tica, lograr, de
contera, ahondar en la consecución de nuevos sentidos en los que se ponen en
alternancia e incluyen multiplicidad de discursos que tienden a la desmitificación de la razón
y su univocidad discursiva. La an-
terior premisa convoca a una resignificación de las ciudadanías. El Estado hegemónico impositivo solo es sujeto de conmoción
y extrañamiento en
la medida
en que las ciudadanías se aparten del concepto de ciudadanía en singular y abracen el concepto de
ciudadanías en plural. Debe entonces, producirse una reinvención de las mismas,
reconociendo su propio poder,
haciéndose un inventario que parte de entender que el Estado moderno, desde su
concepción inicial, se legitima en las “relaciones de poderes que se conforman
y constituyen a través de la voluntad popular del conjunto social, con la
intención de ejercer una participación directa sobre las ges- tiones públicas
del Estado” (75); que ha sido sujeto de partidos políticos que han legitimado
su exclusión y han subjetivado, incluso el ejercicio hegemónico de los mismos y
legitimado la praxis de subalternidad como inmanencia y avanzar en pos de una
práctica contrahegemónica.
En los últimos veintiún años, América Latina ha sido escenario de la
emergencia de gobiernos que de alguna
manera respondieron a una impor-
tante movilización social que irrumpió en el escenario público enfrentan- do y dando cuenta de la anomia de la mayoría de los Estados nación de
la región, provenientes unos de gobiernos militares y otros de dictaduras
civiles enmascaradas en la esfera de sistemas que así mismas se reivindi- caban como democracias. Ya no contaban con una institucionalidad solida respaldada en la
norma y legitimada en las clases
o sectores de clase que habían entrado en un estado
de disrupción. Las ciudadanías de estos países reivindicaron su papel histórico
de asumir el control del espacio público y promover el ritual del encuentro
con base a la necesidad de mostrarse como poder y propender por asumir el
control del aparato estatal en torno a la lógica de reconocimiento de la existencia de disensos que se concreta- rían, sin sumisión, en
alternativa política práctica.
Cabe anotar que las ciudadanías que opusieron resistencia y
enfrenta- ron en las calles a instituciones decadentes con toda su carga represiva, expusieron en el espacio
público una multiplicidad de intereses y, por tan-
to, diversidad de intencionalidades y expresiones de poder, lo que puso al descubierto a las ciudadanías en una práctica que las unía
en la diferencia y las ponía en condición no de la emergencia de una alternativa sino de diferentes alternativas que
robustecerían el proyecto de sub-
alternidad.
Sin embargo, estos gobiernos, inicialmente, con sólido respaldo
social, se vieron enfrentados a la superación de unas condiciones de
pauperiza- ción creciente de grandes sectores de la población como resultante de la
racionalización del
mercado; por otra parte, la voracidad de los Estados supranacionales, la mitificación del PIB, las imposiciones del concepto
de desarrollo neoliberal a través
de los FMI, BM y BID, y la construcción de una matriz comunicacional
adversa lograron desarrollar un campo se- miótico donde los procesos de
significación se hacían intermitentes, nada estables, dando lugar a la volatilidad de sentidos. Además,
debe tenerse en cuenta que
esta emergencia coincide con la
crisis más profunda de la historia del país más poderoso del planeta, lo cual
acelera la sensación de habitar en un mundo de incertidumbres en el que la economía
se mundiali- zó y la política, desde la hegemonía del poder, se quedó
agazapada tras las fronteras nacionales para legislar y
flexibilizarse en favor de la inversión extranjera.
Los gobiernos emergentes
irrumpieron, entonces, como una crítica a las promesas incumplidas de la
sociedad liberal; alcanzaron, sin duda al- guna, importantes logros en materia
social pero fueron arrinconados en el marco de las lógicas del mercado. Desde
la óptica de Márquez, perdieron el rumbo en tanto se sumergieron en las aguas del caudillismo populis- ta, se agruparon en partidos únicos
y homogeneizantes, desconociendo la pluralidad como
presupuesto nodal de una democracia participativa y excluyeron a las minorías,
sometiéndolas al aplastamiento
ideológico; se sustenta esto, según
el maestro, en tanto “El punto de nulidad democrática es el factor de inmovilidad política
que sufre la ciudadanía en cuanto actor o sujeto activo en la transformación
del orden político instituido a través del Estado representativo” (97) . Más adelante, el mismo autor
profundiza en cuanto a la reversión
en cuanto a la intención
inicial de un Estado
que permitiera el juego
de la alternatividad en silmultanea participación en los procesos de construcción de justica y
equidad:
Por un lado, asocia las prácticas sociales
como recurrentes a un uso de la libertad
a la libre participación en el ejercicio público del poder; pero, a la vez,
restringe esas prácticas a los estamentos burocráticos de la gerencia del poder. Es decir,
son prácticas administrativas que sirven de soporte
legitimante a las clases socia- les insertas en la dirección del
poder político. Luego, la participación ciudadana es infiltrada ideológicamente por estas clases y el
orden hegemónico del Estado, opacando significativamente los roles de cambio que pueda portar la participa- ción ciudadana (Márquez, :97)
A la complejidad de las nuevas prácticas políticas
se le sumó la abu- lia de las ciudadanías que no se sentían representadas y optaron por ser,
momentáneamente,
sujetos pasivos del poder hegemónico de sus Estados nacionales. Pero las
ciudadanías recuperan su capacidad de acción para volverse a reconocer en sus
disimiles relatos mediante los cuales reco- mienzan su legitimación en el
espacio público, único espacio de perte- nencia plural y solidaria. Los
fragmentos de relatos emanadas de estas ciudadanías subvierten el orden hegemónico, llevándolo
a la represión o al dialogo
inclusivo. Recuérdese los “pequeños” relatos de las Madres de Mayo, las Bailadoras de Cueca en
Chile, las Madres de Soacha en Co-
lombia, las movilizaciones de la África
Islámica, los indignados ocupando las plazas del mundo desarrollado. Pero estos ejercicios, devenidos en sub- alternidad develan una presencia
polisémica que une los fragmentos para la realización del ritual. Unos acuden a la plaza por el cambio climático, otros por la defensa
de los animales, otros contra
la proliferación de armas
nucleares, otros, contra el hambre;
en fin, se logra construir
un gran relato que aspira a ser en el poder
participativo, constructor de políticas públicas y alternancia de los poderes.
Surge, desde las fuentes de legitimidad originaria, una teoría y una
praxis del poder que toma su sentido
desde la intersubjetividad del ciudadano donde el reconocimiento del otro, es un reconocimiento que no niega, sino que afirma
la interrelación de los actores
y suje- tos sociales en la
elaboración de los medios y fines de
la sociedad (Marquez, 2016:99)
Ahora, las ciudadanías, no solo se erigen como poder sino que también rubrican unos elementos que legitiman el principio de justicia como senti-
do de “una práctica que le permita
a cada persona, individuo y ciudadano,
sentirse reconocido en el derecho a
ser sujeto de la igualdad y la
equidad en cualquier situación de su vida” (101). La justicia se erige en
conso- nancia con el ejercicio de una democracia que transgrede la condición
de representativa a la de participativa. Cuenta con el contexto, la historia
como devenir y el sujeto en movimiento continuo como una resultante
que implique distribución equitativa de normas derivadas de consensos que
determinen un orden jurídico de nuevo tipo en el marco de la justicia social.
El maestro
Álvaro Márquez, impiensa
el eurocentrismo y se lanza
a un principio epistemológico
que deriva en “otro modo de pensar que pudiera producir la contradicción o contrasentido al sentido absoluto
o universal
que pudiera
estar determinando la reproducción material
de la vida” (120) y se una a las voces
Enrique Dussel, Boaventura de Sousa dos Santos, en- tre
otros, que consideran que el Sur está produciendo esa nueva manera
de ver el mundo desde un agenciamiento descolonizador y contrahegemónico que
entiende la utopía como reinvención ontológica del “ser ahí” del “ser en el
mundo”, y la construcción de un sujeto que se debate entre la racio- nalidad
y la utopía en materia
de pensar el mundo, la emergencia
de un su- jeto libertario y la resignificación de un mundo
posible no solo en términos de pensamiento sino también de
praxis para la construcción de un mundo dominado por los postulados de
democracia participativa, emergencia
de ciudadanías en plural y objetivado bajo el presupuesto de que “Sin utopía no es posible concretar
en una praxis los discursos
de emancipación de los
que se vale el pensamiento para cuestionar y replantear el thelos posible de la libertad reprimida de los sujetos coactados o alienados”
(123).
La concepción
utópica de Álvaro
Márquez Fernández, no
es otra cosa que la apuesta a una América pensada desde múltiples
imaginarios y relatos de mundo que asuman el control de lo público en
aras de la construcción, no de poder
sino, de poderes surgidos del
levantamiento de ciudadanos en pos
de, bajo el principio de fragmentación, resignificación de conceptos de democracia, poder, y ciudadanías para la participación y alternación del poder en
aras de dar cuenta de un mejor estar para los ciudadanos adscritos a las
distintas nacionalidades del tercer mundo y la emergencia de una nueva ética como construcción del buen vivir y
crítica a una modernidad que funda su poder en la racionalidad del mercado y no
en la puesta en práctica de la razón como surgimiento
a de una contrahe- gemonía,
entendida como una racionalidad desmitificada desde la sub-al- ternidad y, en última instancia, el surgimiento de un Estado que de cuenta no del poder como inmanencia sino como poderes
surgidos del seno de los
distintos poderes de una democracia participativa del advenimiento un poder en clave de utopía.