ENCUENTROS
Revista de Ciencias Humanas, Teoría Social y Pensamiento Crítico
ISSN: 2343-6131 / ISSN-e: 2610-8046
Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt
Maracaibo, Venezuela
Artículos
N° 09. Enero-Junio 2019
pp. 55-68
Lo común y la justicia no estatal en tiempos de guerra. Las
Rondas Campesinas y el movimiento maoísta en el Perú.
The common in times of war. The
Rondas Campesinas and the Maoist mo-
vement in Peru.
John Kenny
Acuña
Universidad Hipócrates
Guerrero,
México
Resumen
Al interior
de una lucha de clases
emprendida por Sendero
Luminoso, los ronderos, es decir, campe-
sinos originarios de la región
de Cajamarca, pusieron
en movimiento una serie de encuentros comu-
nales que llegaron a cuestionar la política oficial
y la resistencia organizada
por la izquierda radical. Este rechazo representó el desarme de una revolución
de manuales y dio inicio de un largo proceso
de lucha y resistencia desde abajo. Por lo dicho, el propósito de este trabajo
consiste en interpretar a manera histórica la manera cómo las rondas campesinas pusieron en vigencia otras formas de poder y articulación social.
A partir de este estudio
creemos que esta experiencia es un punto importante
que nos permite pensar el papel de la izquierda
al interior de la sociedad
capitalista y, sobre todo, resignificar lo común como un concepto
político emancipatorio.
Palabras Claves: común,
justicia no estatal,
Estado capitalista, rondas
campesinas, Sendero
Luminoso.
Abstract
Inside a battle conquered by the Maoist
movement, the ronderos, that is, peasants
from the Cajamarca region,
set in motion a series of communal meetings
that came to question the official policy and resistance organized by the radical left. This rejection represented the disarmament of a manual revolution
and began a long process of struggle
and resistance from below.
Therefore, the purpose of this work is
to interpret in a historical way how the peasant patrols put into effect other forms of horizontal power and social
articulation. It is also an important
point that allows us to think about the role of the left from the fissures of capitalist society and, above all, to resignify the common as an emancipatory political concept.
Keywords: common, autonomy, capitalist State, Rondas Campesinas, Shining Path.
Recibido:
04/12/2018 Aceptado: 20/12/2018
El tiempo de la revuelta
El 27 de abril de 1990 cientos
de campesinos del norte peruano
tomaron por asalto las calles de Chota, departamento de Cajamarca, con
la inten- ción de crear otras formas de poder y justicia no-estatal. La movilización
hizo que se evidenciaran las fisuras de la sociedad
capitalista e impuso un nuevo lenguaje político común,
el cual se sustentaba en la experiencia y la vida cotidiana. La inflación
económica y la “guerra interna” entre el Estado y Sendero Luminoso, movimiento
maoísta que había considerado que el control de Lima representaba el último
escalón, gestó una notable organización
que había decido elegir a otros senderos de emancipación que estuvieran
alejados de toda teoría política y poder desde arriba.
Esta organización hizo que se reavivaran
los anhelos negados por la dominación. Como dice Gutiérrez (2009) en estos
ritmos del mundo
andi- no, es decir, bajo estos andares
y (des) andares en contra de la dominación,
hubo quienes decidieron elegir el diálogo, los acuerdos y construir hori-
zontalidades frente a una tradición marxista que había
elegido el principio leninista de: “salvo el poder, todo es ilusión”.
Bajo esta aclaración, la emergencia
social en Cajamarca no sólo sur- gió
al interior de un contexto de guerra y violencia (capitalista), sino que
exteriorizó también una forma de lucha que llegó a cuestionar toda teoría
revolucionaria y praxis social considerada por la izquierda como la virtud
política del siglo veinte. Esta lucha por el desprendimiento de la domina- ción
fue razonada por el Estado como un evento inesperado que surgió en un momento en el que el país
padecía la agonía de los andes. La agonía como menciona Flores Galindo (1994)
consiste en ver las expectativas e ideas que desajustan el orden y proponen un
nueva temporalidad nunca antes pensada. Pero estas ideas no siempre se ven
cristalizadas por las ideas más liberadoras, también sucumben ante las determinaciones filosó- ficas más determinantes.
De esto podemos distinguir dos corrientes liberadoras: el
primero está relacionado con el Pensamiento Gonzalo, puesto que
se trata de un filo- sofar que llegó a canalizar la rabia de miles de campesinos en un torrente y “una cuota de sangre necesaria
para el triunfo de la revolución” (Citado por
Mlemlij, 2015: s/p).
Por el otro lado, se encuentra el imaginario social
el cual se nutre de la experiencia propia, esto es, la vida cotidiana y donde
las preguntas y cuestionamientos en contra de la dominación son expresio- nes
propias que nos muestran retazos históricos, experiencias intangibles que se
prestan a crear mundos solidarios y vivientes (Vaneigem, 1977).
Por ello, durante la mañana del 27 de abril cientos de ronderos
ves- tidos con ponchos, sombreros largos,
pantalones de bayeta y casi todos con sus látigos habían tomado Chota y estaban
dispuestos a crear esos mundos vivientes
y compartidos. Es más, la movilización exigía justicia, dignidad
y como tal estaban dispuestos a ejercerlo; desde luego, esta de- manda demandaba cuestiones fundamentales en un país donde el “estado de emergencia era la norma”
(Benjamin, 2008). De este modo se elabora- ban nuevos lazos sociales e
intersubjetivos que ponían en tela de juicio la existencia del soberano.
Orin Starn (1991)
nos menciona que durante el levantamiento, los ron-
deros habían salido a las calles para pedir la renuncia de las autoridades
locales, así como la desaparición del Estado. A este simulacro
social se habían sumado “otros
doscientos campesinos” que:
[…] aparecieron por
una estrecha calle lateral, llevando justamente atados a dos jóvenes abigeos
alrededor de la plaza.
Justo detrás de los infortunados ladrones remoloneaba la vaca negra que habían tratado de robar, halada con una soga por su canoso
propietario. Los nuevos manifestantes se mezclaron con los otros para
luego reaparecer por el otro lado de la plaza y perderse
por otra calle, rumbo a la
destartalada oficina del fiscal provincial (Starn, 1991:11).
El movimiento rondero
hizo que se establecieran límites
a toda for- ma política y se constituyeran
espacios de autocontrol y ejercicio
del po- der-anti-estatal. Esta demarcación política permitió que las
rondas pu- dieran resistir a toda forma de poder externo y, sobre todo, rechazar la rebelión de
Sendero Luminoso.
¿Pero, qué eran realmente las rondas? ¿Se trataba de una lucha campe-
sina de organización clásica que
nadaba a contracorriente de la tradición política o nos encontrábamos a una
resistencia que ponía en tela de juicio toda
vertebración estatal? Sin duda, el ¡Ya basta! Era la consigna
inicial de la resistencia, el
primer paso para el rechazo a la dominación y al someti- miento del mundo andino por los mistis (señores). Es decir, el desacuerdo con una sociedad sometida
por el soberano y por aquellas ideas redentoras
que se imponían como verdades universales. En ese sentido, la historia desde arriba no podía ser vista como la desagregación de hechos o, peor
aún,
como una correlación de ideas, pues existía el peligro de que la voz
de los vencidos sea censurada.
Luego del levantamiento de Chota, el poder legítimo
no dudó en some-
ter a las rondas a través de diálogos que enmendarían ciertas demandas. Como
había ocurrido con las guerrillas guevaristas de mediados de los años sesenta,
el poder oficial mantenía el presentimiento que, si el movi-
miento campesino no era controlado, podía ser encauzado por la guerra de Sendero Luminoso. Starn (1991: 12) sostiene que bajo condiciones ab- yectas las rondas habían llegado a cuestionar
a los “burócratas urbanos e
ineficientes y con frecuencia corruptos”, pues, no podían garantizar
la reproducción social y por esas exigencias habían decidido tomar el control de sus comunidades;
además, habían “desmollado así la fuerza política
para llevar a cabo protestas como la de aquel día en
Chota”. Por ello, las rondas se habían convertido en un “sistema alternativo de
justicia, con asambleas comunales abiertas”. El revés de la historia
evidenciaba a una organización de campesinos que escribía su propio destino
por encima del Estado capitalista y el discurso
telúrico de este partico.
Las rondas lograron
expandirse por todo el norte peruano y en muchos casos condicionaron el ingreso del
Estado, así como de los partidos polí- ticos. Ahora bien, nos llama poderosamente la atención el hecho de que
esta resistencia no haya sido atendida y considerada por la teoría
marxista como un movimiento que surgió a contrapelo de la historia
y que muy bien podía enriquecer
el debate en torno a la revolución. A esta experiencia política, las luchas
urbanas por la autogestión y la autonomía como el caso de
la Comunidad Urbana
Autogestiva de Villa El Salvador (CUAVES) se asentó en el desierto de Lima, lugar
donde se crispó una nueva espacia- lidad y temporalidad social. Más allá de
esta inopia, también las rondas establecieron entramados orgánicos y tejidos sociales autorregulados
que contradecían los principios de la burocrática y la soberanía estatal.
Consideramos que las rondas nos brinda razones suficientes para
pen- sar la lucha de clases,
hoy, ya no bajo el influjo de la política
tradicional o la revolución teleológica emprendida por Sendero, es decir, como el cons-
treñimiento de fuerzas o la confrontación armada, sino a partir del anta-
gonismo existente entre el capital –la “caca del diablo” como menciona Arguedas (citado por Tishler, 2005:65 )– y el trabajo concreto que bien
pudiera entenderse como el aprendizaje del caracol, en el sentido de que
la creatividad sirve para compartir un tiempo-espacio no
sometido por la violencia del poder (Zavalloni, 2011); pues, sólo a partir de esta relación será posible no
abandonar las emociones del otro tiempo y valdrá la pena reabrir toda teoría y entender realmente la verdadera emancipación en la actualidad (Mariátegui, 1959).
De acuerdo con esto el Estado debe ser redefinido, porque ha
sido pensado como una entidad que debía encargarse de resolver los intereses
y conflictos de la sociedad civil. Esto quiere decir que su naturaleza y
existencia debe de ser concebida como una relación social y esto implica no dejar de lado su importancia en el proceso de
legitimación del capital (Hirsch, 2005). A partir
de este presupuesto podremos entender
estas cate- gorías como lo que son: categorías atravesadas por el capital y diluidas por procesos anti-históricos como los abordados por las rondas de Cajamarca.
Para Sendero las rondas eran consideradas como una organización sin dirección y lo ocurrido en
Chota demostraba la deficiencia administrati- va del Estado. En vista de esto,
este partido consideraba que el hombre andino
se emancipa a través de la lucha armada. Solo así se podía vencer a aquellos “salvajes contornos” que
han considerado al hombre de estos mundos como “aislado”, “remoto” y
ensimismado por la propia domina- ción (Starn, 1996:
230). Más allá de esta percepción sobre el sujeto
andino, creemos que es necesario realizar
una relectura de los movimientos socia- les y del papel que jugó las Rondas Campesinas
en el cuestionamiento a la reestructuración del trabajo (abstracto) durante los regímenes de García
(1985-1990) y Fujimori (1990-2000).
Entre otras cosas, la necesidad
de buscar una alternativa política
dio lu- gar a que se cristalizaran una organización más articulada que atendiera las necesidades cotidianas. En otras palabras,
la resistencia apostaba más por una
sociedad autorregulada donde el poder era el reflejo de las asambleas
comunales. Se puede decir que para las rondas el ejercicio del poder debía ser consensuado en las asambleas y
la justicia tenía que ser pensada en términos de acuerdos y diálogos. Bajo estas prerrogativas el poder-com- partido era entendido en un sentido
amplio de la participación (horizontal) y diferente de una sociedad racionalmente política. Como señala Weber
(2008) en este tipo de sociedad privilegia el sentido burocrático y, en tal sentido, no hay manera de cuestionar su tejido orgánico y mucho menos la
formación social secular.
Bajo esta afirmación, Marcuse (2003) sostiene
que la vida cotidiana, si bien se encuentra secuestrada por una
forma unidimensional y la articula- ción social gira en torno a elementos
racionalizadores desesperanzadores, la voz desentonada y sometida exige siempre
la recuperación de prácti- cas
políticas sencillas y de acuerdos, entendidas éstas como diálogos de cohesión y
capaces de traspasar las fronteras de este mundo. Bajo esto, podemos decir que
aquí reside una enorme contradicción entre acuerdo e imposición.
Nos parece importante este hecho, porque
nos parece que debemos de partir por entender el coro rondero
no sólo como la emergencia opuesta
al periodo oscuro de guerra entre el Estado y Sendero Luminoso, sino
como un movimiento opuesto
a las formas fetichizadas de lo político
y en busca de su propia dimensión, esto es, encontrar en el propio
ser social la capa- cidad de ir más allá de la violencia
del capitalismo. Por ello, las rondas nos brindan las posibilidades de
pensar en un hacer diario y compartido.
La exteriorización de este hacer hizo que se reavivarán
los sueños li- bertarios, pero también
fue considerado por el Estado
y Sendero como una
cosa pretérita, propio de los levantamientos de urdimbre feudal de inicios de
siglo veinte; no obstante, en la necesidad de cuestionar toda justicia desde arriba
que sometiera al más desamparado, las rondas se presentaban
como una férrea muralla ante sus detractores. De este modo, la esperanza tomó sentido
y esplendor conforme
el hacer político
se alimentaba de toda
experiencia y vivencia cotidiana. Con todo ello, bajo un firmamento bar- nizado
por la quijotada andina, el estado de emergencia durante el fujimo-
rismo se impuso ante todo proceso de guerra y emergencia social. A fin de cuentas, las Rondas Campesinas hizo de la resistencia un punto neurálgico para que fuesen repensados todos los predicamentos como justicia, demo- cracia y política al interior de un
Estado capitalista.
El movimiento de campesinos hizo que todo desgarramiento humano,
cosificación social, así como el tutelaje de Estado fueran
sometidos a cen- sura. Para muchas organizaciones las rondas habían sido consideras como una parte fundamental de los debates en torno a los nuevos movimientos
sociales. Al respecto, Vargas (2008:
8) señala que estas organizaciones
políticas estudiadas por los posmodernistas han puesto en cuestionamiento
el sistema democrático; además, se han dado con la tarea de dar soporte a
una lucha íntegra
por “la libertad individual, la igual y la fraternidad”. Además, tienen el potencial para concretar ideas y exigirle al Estado ac- ciones concretas en su favor. De este modo, a partir de las contradicciones y antagonismos en las
relaciones capital-trabajo se define el sujeto revo- lucionario.
A través de la lucha se exterioriza el rechazo de un mundo corrosivo.
Por ello, luego del levantamiento de Chota, los ronderos llegaron a esta-
blecer nuevas formas de convivencia y relaciones de mando-obediencia. Nos referimos, a aquellos paradigmas sociales que fueron los pilares
de la resistencia rondera y dieron paso a la recapitulación
de los lazos sociales. Las
rondas expresan:
[…] en su organización y esencia, contenidos nuevos, autogobierno y autodefen-
sa, nueva democracia, independencia política, frente único, convicciones claras
sobre nueva moral y nueva sociedad; donde lo viejo cede a lo nuevo; se mani-
fiesta una lucha intensa ente lo caduco
y el nuevo poder insurgente. La educación
campesina se convierte en un torrente incontenible que hace temblar
a los domi- nadores de siempre. (Rondas campesinas, 1985).
Este torrente político
no tuvo reparos en confinar
los poderes de control
y justicia social. James Scott (2000) sostiene que la rebeldía de los domi-
nados instituye nuevas dimensiones del poder donde se llevan a cabo acti-
tudes estratégicas ante los poderosos
como el establecimiento de acuerdos y asambleas comunitarias. Con
todo esto, se fue edificando la autorre- gulación social, la justicia y el
poder que estuviesen sujetas al dialogo comunitario.
El diálogo en el mundo andino tiene una connotación distinta, es
con- siderado como un elemento indispensable en la construcción de la lucha
contra la opresión; es más, responde a la necesidad
de construir horizontes y puentes de comunicación compartida. El diálogo
comunitario no sucum- be
ante sus detractores, más bien rechaza
toda sociedad coercitiva que ha degradado la voz del
Otro. En cambio, los acuerdos
son aspectos que sobresalen por encima
de la justicia y el poder, pues, de éstos siempre
depende la existencia de la comunidad.
A través de ésta se establece
un mundo de Todas las sangres (Arguedas,
1988).
Lo común y la rebeldía
de los ronderos
Luego del levantamiento de abril de 1990, los ronderos llevaron
a cabo una serie de encuentros comunales que pusieron
en vilo a un “Estado
de miseria” que desgarraba la vida en el campo (Bordieu, 2015: 269). Entre
otras cosas, dicho grito significó
el desarme de una revolución de manua-
les que considerada toda rebelión
como parte de la reflexión teórica; pero, el campesino
llegó a entender que era posible establecer una serie de re- des, estrategias y actividades
comunitarias que fortalecieran la resistencia contra la revolución. De esta manera,
la justicia no estatal fue considerada
como la representación política y objetiva
de una rebeldía que nadaba a
contracorriente de la historia vista desde arriba.
Este rechazo al tiempo cíclico
representó para el campesino el momen-
to de reapertura del tejido
social que había
sido emulado por el progreso
y la violencia (capitalista). Bajo estas circunstancias, la emergencia surgió
como una estrella, una aurora andina que agrieto las fallas geológicas del poder. Como bien señala Starn (1991:37-38) las
rondas no sólo surgieron en un
“contexto de auge delictivo y completa desconfianza hacía la justi- cia
oficial”, sino como el medio en la cual se iba inervando una
alterna- tiva de socialidad que llegó a debilitar las formas políticas de
control y resistencia. En ese sentido, las rondas expresaban el rechazo al continuum
histórico y a la desagregación de la vida en el campo. En realidad lo que aconteció fue un corte en el tiempo
homogéneo que dio cabida a una tem- poralidad emancipadora donde la
autonomía apareció como el fundamen- to político del movimiento.
De acuerdo con nuestras indagaciones, las rondas campesinas
llevaron a cabo una labor abierta de oposición a las instituciones estatales.
En la era en que se erigieron las rondas, los campesinos no sólo demandaron al
Estado un mayor suministro de alimentos y seguridad en las comunidades, sino el de ir entretejiendo
un nuevo proceso de inter-subjetividad,
propio de la experiencia de resistencia lograda. Al mismo tiempo, en la búsqueda de esa necesidad de superar a los “amos de la violencia”
armada, el mo- vimiento “supone el derrumbe del edificio de significaciones
instituidas” que corroen la “voz de las armas” (Castoradis, 2005: 147).
En
medio de estas
significaciones, las rondas
se convirtieron en una
alternativa autentica de organización social y fueron
configurado su propia razón de ser. Por todo
ello, no en vano desde sus inicios, las rondas cam- pesinas dieron
cuenta de que el poder
y la justicia podían ser encumbrados
y pensados desde abajo; para esto, fue necesario dar apertura a otras for- mas de diálogo, participación y toma de
decisiones. En otras palabras, las rondas estaban convencidas de “haber construido un espacio de liberación
colectiva” y haber dado el “comienzo de la generalización de un estado de ánimo en donde los hombres y
mujeres”, por supuesto, “se vieron a sí mismos
ya no como ‘obedientes’ e ‘impotentes’ cumplidores de decisiones ajenas sino como capaces
y responsables” de dar respuesta
a la crisis de las relaciones sociales y políticas
(Gutiérrez, 2009: 101).
La desobediencia de los campesinos de Cajamarca se dio bajo la
ne- cesidad humana de buscar un escenario de libertad y de negación a la
obediencia. Esta expoliación libertaria se presenta en la actualidad, desde
luego, bajo otras condiciones, pero bajo los intereses políticos de cris-
talizar una fuerza social en común. Esta emergencia social, bien puede
ser entendido como la manifestación de un movimiento en marcha que llegó a
desaprobar toda “extensión de la relación de poder” e “incesante profundización
de la desigualdad entre los que mandan y los que obede- cen” (Clastres, 2005: 37). Sin duda, nos referimos a un proceso
social que exige el
rebasamiento de toda coerción y poder (véase la crisis mundial y el colapso
de los regímenes de izquierda) ampliamente cuestionado por el
marxismo de nuevo siglo (Altamira, 2006).
Las Rondas Campesinas cuentan con una fuerza social que llama pode-
rosamente la atención, pues, es posible ver que la vida cotidiana comunita- ria depende mucho del funcionamiento de la política y
la justicia rondera. Todo
acontecimiento al interior de ésta es puesto en movimiento debido a los
acuerdos y decisiones colectivas. Los campesinos son conscientes de que las
rondas son instancias articuladoras de la vida en común, así como sancionadoras
del individuo, pero las sanciones en realidad expresan una forma de justicia que ha ido cuestionando un proceso complejo
de justicia y legitimidad. Starn (1991: 12) recuerda que debido al proceso
complejo en el cual apareció esta lucha auténtica del campo, “muchas
rondas am- pliaron significativamente sus funciones hasta volverse un sistema
alter- nativo de justicia, con asambleas comunales
abiertas para resolver
proble- mas que van desde la violencia conyugal hasta las dispuesta de
tierras”.
Bajo esto se entiende que los ronderos no sólo desean “hacer
justicia con las propias
manos” sino el de garantizar
la cohesión social a tra- vés de las asambleas. Estas acciones
comunitarias son de resaltar puesto que recalcan los principios emancipadores cimentados sobre la base de la política y la justicia comunal.
Cabe resaltar que la comunidad no es un proceso “auténtico” sino es la lucha
la que va estableciendo un imaginario
compartido e histórico. Como dice Castoradis (2005: 137) lo común, el
“imaginario radical” se autodespliega como sociedad e historia a partir del “se hace”, es decir, del hacer
en tanto crítica
del capitalismo. Por lo di- cho,
es necesario enfatizar que la justicia
y el poder son categorías que son reelaboradas
bajo los términos de la resistencia. En ese sentido, la lucha rondera no debe
ser razonada como “la encarnación de categorías prefa- bricadas, [pues] también
tiene que ver con la manera en que se moldean nuevas formas de visión y
práctica política” (Starn; 1991: 25).
En todo caso, la lucha no consiste
únicamente en una abierta oposición al poder tutelar; por el
contrario, ésta responde a la elaboración de una forma de lenguaje que, por su carácter dialéctico, irrumpe en todo acto
o discurso coercitivo. En otras palabras,
se trata de una nueva gramática que encuentra en el propio movimiento su liberación. Esto nos da a entender que el rechazo de las rondas está atravesado por las contradicciones de la sociedad capitalista. A partir de esta praxis social contenciosa se elaboran
imaginarios y mundos sociales compartidos, a la vez que son conjugadas todas
las necesidades más recónditas del hombre.
Bajo esto, las rondas no sólo surgen como movilizaciones incipientes al interior de un periodo de
guerra como ocurrió durante los años ochenta e inicios de los noventa en el
Perú; por el contrario, llegaron a cuestionar los umbrales mismos de una revolución nutrida de la desesperanza andina y devastada por poder oficial. De
acuerdo con esto, una mirada temporal nos permite ver la manera cómo fueron gestados las tradiciones de lucha
y cuáles fueron sus contradicciones. A partir de esto, se puede decir que
al interior de la lucha ronderil se fue prefigurando un imaginario social como acto de rebeldía y posibilidad de instaurar
una relación social insti- tuyente opuesta al poder central; cabe aclarar que el imaginario al que nos referimos no consiste en razonar una imagen de, por el contrario, se trata de pensar
en la creación “incesante y esencialmente indeterminada (social
- histórico y psíquico) de figuras/formas/imágenes, a partir de las cuales
solamente puede tratarse de alguna cosa” (Castoradis en Baeza; 2000:21).
En la actualidad, las rondas siguen cumpliendo un rol importante en la elaboración de un anti-poder y una justicia
que no venga del Estado. Al respecto uno de los dirigentes
de las Rondas Urbanas de Chota, Cesar Cieza Gonzales, señala que los dirigentes
ronderiles han jugado un papel fundamental en la expansión de la lucha y la
defensa de las comunidades andinas.
Pues, esta lucha se remota a 1977,
cuando los campesinos de Cuyumalca decidieron materializar una peculiar manera
de autorrealiza- ción social basado en el control del poder y la justicia
comunitaria. Por entonces, esta experiencia fue entendida como un
desbordamiento social que logró expandirse en todos los niveles y ámbitos
sociales. Por ello, podemos decir que las rondas desde sus orígenes, así como
las moviliza- ciones realizadas en pleno auge de Sendero
dieron pauta para que la gente
se organizara a nivel local y
nacional. Como sostiene un testimonio:
[…] un mes después
el 29 de enero de 1977 se da la direccionalidad y la decla- ración de
principios con el compañero Daniel Idrogo Benavides y un equipo importante de
intelectuales que trabajaron para que esta organización,
no sola- mente quede en Cuyumalca sino también en el distrito, luego en la
provincia, en la región y en el país. Pero, para eso hubo activistas en ese tiempo
de izquierda que, así es la historia
no podemos torcerla,
gracias a ese aliento, a ese ánimo que
podemos decir de nuestro hermanos dirigentes de esa época, que algunos ellos
inclusive fueron perseguidos políticamente por las represión, asumieron esa tarea de conexión
y de dirección y de esparcir esta semilla de justicia a nivel de la cau- sa de la región y del Perú (Cesar
Cieza, entrevista noviembre de 2015).
Si bien es cierto que, desde un inicio, las Rondas Campesinas se
orga- nizaron al igual que los
movimientos obreros o sindicales, es decir,
bajo cierta estructura delimitada por la relación
mando-obediencia, ello no implicaba
que negaran la construcción de una sociedad autorregulada, la autonomía en tanto proceso auténtico. Asimismo, los ronderos recuerdan como propias las manifestaciones
contra el Estado y los partidos políti- cos.
Estas impugnaciones pueden
ser analizadas durante
los años ochenta, época en el que las rondas
empiezan a expandirse, mientras que Sendero tenía controlado muchas regiones
del país y desde donde anunciaba la caída inevitable del viejo Estado.
Luego de que en Cuyumalca
se creara la resistencia ronderil, ésta se había
propagado a otras regiones, generando así no sólo un fortín importante contra
el mundo externo, sino dio lugar para que se gestara
un “sistema alternativo de justicia”
y de
poder desde abajo (Korsbaek,
et al., 2008). No sólo eso, a inicios de los años noventa las rondas controlaban más de “150, 000 km2” y se movían por lo menos
al interior de “3, 435 caseríos” o comunidades campesinas
(Starn, 1991:
12-14).
Las rondas tuvieron efectos inmediatos en otros distritos como
Hual- gayoc, lugar donde se había desarrolló una resistencia sofisticada contra el poder oficial y la avanzada senderista. Es más luego
de que las rondas surgieran en Chota,
la recepción de este movimiento en distintos escena- rios del norte
peruano fue retomado y en muchos
casos reformulada bajo sus propias
experiencias de resistencia. En la mayoría de estos escena- rios, para que
exista una Ronda Campesina era necesaria la presencia del Teniente Gobernador, porque este agente estatal debía hacer efectiva su
reconocimiento ante el Estado. Ante este desbordamiento las autoridades
estatales tuvieron que aceptar dicha presión social. La expansión de esta organización ya se había dado mucho antes de
que Sendero declarase la guerra al Estado, era de
sorprender que en “1979, apenas un año y medio después de que San Antonio organizara su ronda, ya se habían
organizado alrededor de 70
comités” (Gitlitz, 2013: 77).
En mayo de 1978 los campesinos entramos en la ciudad de Chota en protesta
por el acaparamiento de vivires de primera necesidad. Y de ahí logramos sacar
200 quintales de
azúcar rubia y sal. De esto, yo fui el primer interrogado por las fuerzas
armadas de Cajamarca. En esta fecha el gobierno militar quiso destruir nuestra
organización. De inmediato
elaboramos memoriales, mediante una co- misión nos presentamos a esta capital,
Palacio de Gobierno y al Ministerio del Interior para desmentir las acusaciones y calumnias
que nos hacían las malas autoridades. Y como tenía fuerza nuestra organización no dejó un día de rondar, pues
no podían destruirla porque tenía fuerza.
A pesar de que después
se crea la
65ª. Comandancia
(Regulo Oblitas en Starn; 1993: 11).
La presencia de los comités
campesinos en otras
regiones hizo que las rondas sean consideradas como
instancias políticas que surgían
desde abajo y en contra de la voluntad del poder. Las rondas se encargaban
de regular la vida comunal, así como garantizar la supervivencia a través de la justicia
bien impartida. Es más, en pleno ascenso de Fujimori al poder, éstas
no solo mediaban problemas limítrofes o territoriales, al contrario los problemas cotidianos y de género, la
participación comunal y el diálogo entre los más jóvenes, incluidos los niños y
hasta los más experimenta- dos formaban parte de los problemas ontológicos que
debía resolver las llamadas Rondas Campesinas. Por lo mismo, las rondas se
atribuían la potestad de romper con el idilio contemporáneo de organización política y del trabajo social.
A manera de conclusión
Para las Rondas Campesinas lo común es considerado como un camino de
emancipación y permite
impulsar un mundo
alternativo, una justicia
no regulada por la política oficial. Se trata de una constelación que surgió al interior de las fallas geológicas
del poder capitalista. Por decirlo de otro modo, es una posibilidad abierta que
va más allá de la regulación; se trata de experiencias
de lucha que buscan emplazar
aquellos discursos totalita- rios como los establecidos por Sendero Luminoso
durante los años ochen-
ta y
noventa del siglo pasado. Esta resistencia surgida desde abajo no sólo
dio lugar a establecer una nueva concepción de la justicia comunitaria, sino también
contradijo toda forma de organización
vertical que estuvo anclada en la toma del poder. En los tiempos de la llamada “guerra inter- na”, vale decir, entre Sendero y el Estado, la lucha por un mundo mejor a
través de la construcción del nuevo poder, parecía toparse con las formas políticas de la rebeldía de los
ronderos. Es decir, el imaginario
social ali- mentado por una lucha de clases pensada en términos de pugna de
grupos y apegada a la teoría revolucionaria negaba por completo otras formas de
entender la emancipación. A partir de este enunciado podemos
señalar que lo comunitario
pretendió romper con la lógica del sistema imperante y estableció un nosotros
que renunciaba a la violencia legítima y constituía una sociedad en común.
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